La idea de “estilos de aprendizaje” sostiene que cada persona aprende “mejor” si se le enseña según un estilo preferido (p. ej., visual, auditivo, lector/escritor, kinestésico o tipologías como VARK o Kolb) y que, por tanto, el docente debe diagnosticar ese estilo y adaptar la enseñanza en consecuencia. Es intuitivo y tiene “validez aparente”, pero no cuenta con sustento científico sólido.
Las preferencias no equivalen a aprender mejor: lo que el alumnado dice preferir no predice de forma fiable cómo aprende con mayor eficacia. De hecho, las preferencias suelen correlacionar débilmente (o nada) con el rendimiento. En consecuencia, conviene atender a habilidades y conocimientos relevantes para la tarea antes que a preferencias de estilo.
Medición poco fiable y de validez dudosa: los instrumentos de “estilos” (habitualmente autoinformes) clasifican de forma inestable y no miden lo que se supone que miden (preferencias ≠ mecanismos eficaces de aprendizaje).
Falta la evidencia clave (la “interacción cruzada”): si los estilos fueran instructivamente relevantes, veríamos que, por ejemplo, quienes son “visuales” aprenden mejor con materiales visuales y peor con verbales, y al revés en “verbales”; las revisiones y estudios bien diseñados no encuentran esa interacción.
Conclusión de las revisiones: no hay base empírica adecuada para justificar diagnosticar estilos y alinear la instrucción a ellos. Tras décadas de investigación, el campo no ha producido implicaciones educativas válidas.
Posibles efectos adversos: basar decisiones en estilos puede desviar tiempo y esfuerzo de estrategias con respaldo empírico y, en ocasiones, perjudicar el aprendizaje.
Ajuste la enseñanza al contenido, al objetivo de aprendizaje y al nivel de conocimiento previo del alumnado, no a estilos supuestos. La naturaleza de la tarea debería guiar el formato y las actividades (p. ej., demostraciones visuales para contenido espacial; práctica guiada para procedimientos).
Evalúe y enseñe habilidades y conocimientos pertinentes (p. ej., vocabulario, comprensión lectora, razonamiento espacial), pues predicen mejor el rendimiento que las preferencias de estilo.
Use principios con respaldo: instrucción explícita y guiada, gestión de la carga cognitiva, práctica espaciada y de recuperación, elaboración y ejemplos trabajados, entre otros.
En una muestra nacional de 2.193 docentes en servicio, el 69,59% endosó la afirmación de que los estilos de aprendizaje mejoran el aprendizaje.
Políticas y documentos oficiales han contribuido a la difusión: guías de educación inclusiva y adaptaciones curriculares han recomendado considerar “estilos de aprendizaje” (visual, auditivo, kinestésico) y “múltiples inteligencias” para perfilar al estudiante y adaptar la metodología.
El panorama general muestra alta aceptación de neuromitos y mitos instruccionales en docentes en servicio, lo que evidencia la necesidad de desarrollo profesional explícitamente orientado a desmentirlos e instalar prácticas basadas en teoría e investigación.
Incluya módulos que expliquen por qué las preferencias no deben confundirse con mecanismos eficaces de aprendizaje, que demuestren la ausencia de la interacción cruzada y que entrenen en selección de métodos según contenido, objetivos y conocimiento previo.
Revise y alinee normativas y materiales institucionales para retirar referencias a estilos y reemplazarlas por orientaciones instruccionales con evidencia.
No hay evidencia de que adaptar la enseñanza a estilos de aprendizaje mejore los resultados. Por el contrario, centrar la instrucción en el contenido, los objetivos y principios de diseño instruccional probados es más efectivo y equitativo.