La idea: se asume que si aumentamos la motivación (interés, “engagement”, entusiasmo), los estudiantes automáticamente aprenderán más y mejor.
Por qué seduce: la motivación facilita que el alumnado “se ponga en marcha” con una tarea y, por tanto, suele confundirse con aprendizaje o con resultados de aprendizaje.
No hay relación causal de motivación→aprendizaje: las revisiones y síntesis señalan que no existe evidencia de que elevar la motivación por sí mismo produzca mejores aprendizajes o desempeño, ni siquiera una relación recíproca estable entre ambos.
La dirección más respaldada es aprendizaje→motivación: cuando el alumnado experimenta éxito académico, incluso pequeño y progresivo, aumenta su motivación intrínseca; pero la motivación intrínseca no predice mejoras posteriores en rendimiento. Evidencia longitudinal en matemáticas mostró un efecto positivo del rendimiento sobre la motivación, no a la inversa.
Peligro práctico: si “motivamos” mucho sin asegurar éxito en las tareas (por falta de andamiaje, carga cognitiva excesiva, o metas poco específicas), la motivación inicial se desvanece rápidamente y puede volverse desmotivación y “indefensión aprendida”.
Para sostener la motivación, conviene diseñar experiencias de aprendizaje estructuradas con instrucción explícita, modelado y retroalimentación que generen logros tempranos y acumulativos. La “activación” motivacional sin estos soportes no se traduce en aprendizaje durable en memoria a largo plazo.
En un estudio con 2.193 docentes en servicio en Ecuador, el 70,50% respaldó el enunciado “la motivación conduce al aprendizaje” como verdadero, ubicándolo entre los mitos instruccionales más difundidos junto con aprendizaje por descubrimiento, nativos digitales y estilos de aprendizaje.
De forma convergente, la literatura de base que contextualiza estos resultados recuerda que “la motivación no es causa directa del aprendizaje, sino a menudo consecuencia del éxito académico”, reforzando la interpretación de por qué este mito es tan plausible pero erróneo.
Priorice el éxito temprano y frecuente: tareas graduadas, ejemplos resueltos y práctica espaciada que aseguren progresos visibles; el éxito alimenta la motivación.
Instrucción explícita y modelado de estrategias: claridad de objetivos, pasos y criterios de calidad para reducir la carga cognitiva y evitar “motivación sin aprendizaje”.
Retroalimentación inmediata y específico: que conecte esfuerzo, estrategia y resultado para consolidar atribuciones adaptativas y sostener la motivación a partir del logro.
Evite confiar en “empujes” motivacionales aislados (charlas inspiracionales, “engagement” superficial) sin una arquitectura didáctica que garantice aprendizaje.
La motivación puede ser importante para empezar, pero no es el motor del aprendizaje; son los aprendizajes logrados, mediante una buena instrucción y tareas bien diseñadas, los que alimentan y sostienen la motivación del estudiantado.